Las personas nos
empeñamos en controlarlo todo.
Nos ponemos
horarios, normas y un sinfín de protocolos que nos recuerdan cada día lo que
está bien y lo que no, lo que puede suceder y lo que ha de borrarse.
Pero por mucho
que nos empeñemos siempre habrá algo que se nos escape de las manos.
La hora de la
puesta de sol, la subida de las mareas o el nacimiento de una flor son cosas de
las que podemos disfrutar o frente a las que podemos decidir mirar para otro
lado, pero que seguirán su curso independientemente de si a nosotros nos gustan
o no.
Porque están
predestinadas a ser.
Al igual que lo están las relaciones entre las personas.
Podemos decidir que “este no es el mejor momento” o creer que “sólo con querer
es suficiente”. Pero en el fondo sabemos que todos estamos marcados por las
huellas de cada persona con la que vivimos los momentos especiales, los que nos
dejan sin aliento.
Y por mucho
empeño que pongamos en decidir si nos gustan o no, al final no podremos más que
rendirnos a la evidencia de que nos acompañarán de por vida.
Porque están
predestinados a ser, porque esas huellas son los tatuajes del alma.
A.2015
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